Barcelona-Anguita-Madrid-FUAAAAAA

El fin de semana del 5 al 8 de Agosto, con mis amigos de siempre (J, L y P, más un servidor llamado G (de gordo, que nadie se asuste)) nos fuimos de fiesta por las españas a darlo todo. No sabemos hacerlo de otra manera, ni nos gusta ir a medio gas, o dejarnos algo en el tintero. ¿Que hay fiesta en el pueblo? Pues quemamos el pueblo. ¿Que nos invitan a Madrid? Pues vamos de copas a Madrid como si fuera el fin del mundo… no sé cómo explicarlo, así que os pongo un vídeo:



Pasemos a destripar el día a día sin seriedad pero con ebriedad:

Viernes 5: Viaje, fiesta, caída y manual de cómo conseguir que no te inviten más.

Inicio del viaje. Como siempre, la logística es un punto delicado. Si quedas para salir a las 15h acabas saliendo a las 17h como muy pronto, que fue más o menos lo que pasó (pasó, entre tú y yo!!!! Aún me dura la fiesta en el cuerpo!!). A media tarde nos pusimos en camino en el coche de P, sosegados y con tranquilidad. Llevábamos nuestros habituales pertrechos de viaje, que consisten en bebercio, fumercio, y algo de comer para tonificar un poco, que ya tenemos 30 y estas cosas cada vez pesan más. El viaje iba viento en popa hasta que alguien, seguramente yo, lo dijo en voz alta. En ese momento, llegamos a un trozo de autopista ideada por el Príncipe Ingeniero de Retralia o por alguien peor. Un carril para cada sentido y una caravana de tres pares de cojones. Estábamos más parados que el gremio de los sopladores de vidrio, así que hablamos con J para que retrasara un poco su llegada a Guadalajara, pues allí habíamos quedado con él para juntarnos los cuatro y dirigirnos a Anguita, que era la primera parada de nuestro viaje al centro de la copa. Al final, tras superar la tediosa caravana y darle un poco de zapatilla al coche, llegamos a la estación de trenes de Guadalajara bien entrada la noche, pero como si hubiéramos sincronizado los relojes, justo cuando llegábamos, aparecía J en la estación. Nos comimos un grasiento bocata en el bar de enfrente, y la primera birra de las infinitas que iban a caer. De allí nos plantamos en poco menos de una hora en Anguita. El pueblo estaba en fiestas y había gente, ambiente y luces y colores por doquier. Nada presagiaba lo que iba a pasar después, o sí. Hablamos con Laia (perdónanos si puedes :D) para que nos viniera a buscar y mientras, nos acicalamos un poco en el coche, con el fin de ponernos guapos (en toda historia hay elementos de ciencia ficción), de partir la pista y de romper corazones castizos… ¡pobres ilusos!

Todo el mundo sabe como son las fiestas de los pueblos. Escenario cutre en la plaza del pueblo, orquesta politoxicómana que hace descansos cada media hora para meterse unas “lains” entre copla y habanera (como para ir sobrio cantando eso), y una barra de bar con cubatas escandalosamente cargados y aún más escandalosamente baratos. El resultado de tan chunga ecuación es, como no podía ser de otra forma, que treinta minutos después de bajar del coche, llevábamos un par de cervezas en el chiringuito y tres cubatas en la plaza del pueblo. En esos momentos el cuerpo ya te pide darlo todo, pero nosotros dimos aún más. No recuerdo ninguna canción de la orquesta, pero estoy seguro que jaleé los temas de Nino Bravo como si fueran los mismísimos Metallica en vivo. El J dominaba la pista de baile a su antojo, para vergüenza y escarnio de los lugareños, que veían como la fiesta se les escapaba de las manos con cuatro tipos, que parecían serios y sensatos, hasta que fueron a la barra por quinta o sexta vez a pedirse “copas cargadas”, con el deterioro cada vez más evidente en la cara. Y para muestra, la foto.



A partir de aquí, ya casi solo puedo hablar de mi propia, y confusamente borrosa, historia y dejar caer algunos de los fragmentos de la de los demás, ya que en una escapada, con el fin de evacuar líquidos, a una calle lateral de la plaza del pueblo, acompañado por L y por la sufrida Laia, me caí a la maldita acequia… solo recuerdo la felicidad de mear en un lugar oscurísimo, después de tanto líquido ingerido (iba por la sexta…) y girarme con la intención de seguir dándolo todo en la fiesta, cuando de repente, caí. Así, sin más, ya no había suelo sino un puto abismo. En un movimiento tan poco grácil que haría llorar a un gato, intenté girarme y agarrarme a algo para no caer, con el resultado nefasto de lanzar mis gafas de pasta por el aire y acabar cayendo al agua de rodillas. Chapoteando frenéticamente y a oscuras, sin entender todavía nada de lo que había pasado, busqué mis gafas, mientras me invadía un penetrante olor a animal (luego supe que olía a vaca, a burro, o a algo peor). Mi enferma mente de friki me vio arrastrado al fondo del abismo por algún tipo de kraken, por lo que elegí vivir e ignorar mis gafas por el momento, saliendo penosamente de la acequia y llamando a doble L para que me ayudaran. A partir de ahí, recuerdo meterle una paliza gitana a una pobre e inocente puerta, mientras Laia trataba de detenerme y L buscaba infructuosamente mis gafas. De allí me llevaron lastimosamente a casa de Laia y fueron a por mí mochila, momento en el que aproveché para despelotarme y hundirme bajo la manta en uno de los colchones que amablemente nos había colocado Laia en el cobertizo de su casa del pueblo. Sudando mil de volver a la fiesta. Penosa manera de acabar la noche, lo sé.

Sábado 6: Reconstrucción de los hechos, viaje y fiesta.

Desperté con P durmiendo tranquilamente en el colchón de al lado y L sobando en otro, completamente vestido, con gafas y bambas incluidas. En el pueblo de Laia hace un frío de narices hasta en verano, pero L es medio bilbaíno o algo, porque sobaba con un saco de dormir de almohada, dos sacos más, enrollados, al lado, y una manta encima de la mesa. Pero el desafiaba a la hipotermia valientemente. Tardé un momento en comprender que, además de no tener las gafas y no ver una puta mierda, fallaba algo más… J no estaba. Éramos cuatro, pero solo estábamos tres. Miré la hora (de cerca) y eran aproximadamente las 10:20h de la mañana. P no tardó en despertar y, armados con nuestro cigarren matutino, saludamos a la familia de Laia y salimos en busca del J y de mis gafas. Mis gafas no las encontramos, pero si unas cuantas situaciones hilarantes (como un colega del padre de Laia que se pensaba que buscábamos a nuestro amigo en el río, y no a mis gafas) y al final localizamos a J, que había pasado una noche diferente. Nos reunimos todos con Laia, quien había pasado una noche de mierda haciéndonos de niñera, llevándonos a su casa ebrios, o buscando infructuosamente a J hasta las 7 de la mañana, y nos echamos unas risas juntando los fragmentos de la noche de cada uno. Laia reconoció que lo había pasado mal por la noche, pero que se moría de risa por la mañana estando todos bastante deteriorados, pero sanos y salvos. Dimos las gracias, pedimos perdón, recogimos un poco y nos largamos de un pueblo que, probablemente, no nos quiera volver a ver nunca. Nuestro destino: Madrid.

Comimos a lo gordo en el “cañas y tapas” y pasamos la tarde recuperándonos en casa del J. Su hermana siempre nos ve en estado lamentable, y ésta vez no fue una excepción. Llegamos rendidos y pasamos la tarde recuperándonos como buenamente pudimos. Siesta, duchotes necesarios, y a eso de las 20h ya estábamos en el metro camino a Sol, a disfrutar de la movida madrileña. Fuimos a la zona de Huertas de garito en garito. Entrada gratis, copas a 6€ y música moderna que te cagas. Yo lo veía todo borroso sin necesidad de copas, pero aun así cayeron unas cuantas. Estuvimos en garitos chulos, grandes, pequeños e incluso repetimos alguno. Mil de peña o eso me parecía ver a mí. Rompimos la pista en todos los garitos a los que entramos y, según me cuentan, había miles de tías buenas por todos lados. Casi mejor no ver nada, solo habría supuesto ponerme aún más malo y comerme lo mismo. Un mojón. Acabamos la noche a las mil, en un antrazo deleznable y pillando un taxi para que nos llevara como caballeros a casa. Llegué con esta cara a casa de J, pero con el deber de salir de fiesta por Madrid cumplido.



Domingo 7: Baño y masaje, frikismo y… sorpresa: ¡Fiesta!

Nos levantamos el domingo, después de dormir entre vapores etílicos en can J, y decidimos pasar el día en la piscina, o lo que quedaba del día, porque fuimos después de levantarnos (arrastrarnos sería más veraz) y comer. Nos bañamos, descansamos mil y jugamos a las cartas. El poder friki del Magic, estar fresquitos y relajados toda la tarde, y hacer carreras de natación de las que no voy a decir el ganador para no herir sensibilidades (Gordo looser), nos vino muy bien, por lo que nos bebimos unas birras para limpiar el alcohol de las copas (¿) de la sangre y decidimos que, aunque el J trabajaba el lunes tempranito, había que salir a hacer unas cañas. No todos los fines de semana esta uno en la capital.
Lo que hicimos fue pasar por el campamento base, saludar a los padres de J que ya habían vuelto de Piedralaves, cambiarnos, y engalanarnos para cenar y tomar algo. Dimos cuenta de un tradicional bocata de calamares, con unas aún más tradicionales raciones de huevos rotos (han caído varios kilos de huevos rotos en todo el fin de semana), en la plaza mayor de Madrid.



Como no podía ser de otra manera, acabamos saliendo de nuevo a la zona de Huertas. En un garito nos ofrecían mojitos de medio litro a 7€ (cosa que nos hizo rechazar la increíble oferta de 6€ por dos copas que nos ofrecía uno de estos “gorrillas” que tienen todos los pubs en Madrid), así que, como no podía ser de otra manera, nos tomamos un litro cada uno, mientras mogollón de zagalas bailaban a nuestro lado (recordad que en realidad yo no veía nada). Estábamos bastante más enteros después del día de descanso en la piscina, y lo dimos todo de nuevo en la pista, donde hay que darlo. Como somos tipos duros, el amor no es para nosotros, así que llegó la hora tardía en la que nos negaron más bebida, encendieron las luces, y nos fuimos de nuevo en taxi a casa los cuatro que habíamos venido.

Lunes 8: El J levantando el país y entre todos la hostelería.

Ni sé a qué hora llegamos la noche anterior, ni a qué hora se levantó J para ir a currar, pero seguro que duele, así que mejor no saberlo. Fuimos a buscarle a la salida del curro y estuvimos por el centro de Madrid de día por primera vez. Mientras buscábamos algún sitio para comer iban cayendo las cañas y las tapas, y cayeron tantas que no se puede decir que comimos en un sitio fijo, sino que bebimos en unos cuantos. L y yo, debíamos estar en Atocha a las 20h para pillar un AVE de vuelta a BCN, ya que P se piraba de feria en feria del pulpo a Galicia, y J se queda a currar en Madrid. En tiempo récord acabamos con una cantidad que mejor no comentar de cañas y tapas, o tendré que volver a poner los dos rombos. Verdaderamente, este día sacamos el FUAAA porque ya nos sonaba el móvil y era Vicentín, que quería conocernos para ir a la Puzzle con el Piruletas. El Rulas nos esperaba allí ya. Ese es el ritmo que hemos llevado todo el fin de semana. El que es Funky Town nace, no se hace.