
En lo más profundo de la noche, en medio de la vasta inmensidad de la negrura total, donde ni las eternas estrellas osan llegar en su titilante travesía, ni las más malignas de las alimañas se atreven a arrastrarse.
Allí mora el Hijo de la Noche, alimentándose del temor y de la oscuridad, cebándose en el terror y degustando el desasosiego que inyecta en los corazones de todos los hombres. Cuanto más grande es el miedo infundido, más poderoso es el Hijo de la Noche.
Su alargada y negra sombra alcanza cualquier lugar. Allí donde alguien recorre un interminable pasillo, camina por el bosque nocturno o baja a un foso sin la ayuda de la luz, es susceptible de ser presa del Hijo de la Noche.
Basta un casi imperceptible movimiento vislumbrado en un rincón, el ruido del viento en las hojas o el quejumbroso crujir de unas escaleras para sentir su picadura y notar la oscuridad creciendo en el interior de la víctima del Hijo de la Noche.
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