lunes, 19 de diciembre de 2011

La Luna va llena de Sol y de pena, como una mujer

El viejo Bill era un hombre de costumbres.

Cada tarde se sentaba en su apolillado sofá, que alguna vez había sido de suave terciopelo. Pitillo a pitillo, el ambiente de la ya de por sí lúgubre habitación se hacía cada vez más pesado, mientras Bill martilleaba obstinado su vetusta máquina de escribir, en una caótica melodía de ruidos sordos y retorno de carro, que le sumía en un estado de perenne ensoñación. Aquello era toda su vida, su único anhelo, aunque no siempre había sido así. Era capaz de olvidar comer, o incluso dormir, si su cerebro se enzarzaba en una buena historia. Y ella ya no estaba para cuidar de los pequeños detalles y obligarle a salir de su querido estudio, o a dejar de fumar sin parar. Hacía tantos años que ella ya no estaba… ni siquiera en sus pesadillas, en donde le acosó durante las largas noches que sucedieron a su muerte.

Había vivido tiempos mejores. Los viejos tiempos, en los que sus escritos aterrorizaban a chiquillos y mayores por igual. Los productores de los grandes estudios hacían cola en la puerta de su casa, suspirando por los derechos de alguna compleja trama de asesinatos y terrores nocturnos, con los que hacer una estúpida y vacía película que recaudaría un montón de dólares. Pero ahora sus historias ya no le valían a nadie. El viejo Bill siempre había odiado las películas, aunque no siempre había sido viejo, solo lo era ahora. Ella siempre le convencía de aceptar, le decía que necesitaban el dinero para una reforma en la casa, para ampliar el jardín, para cambiar los muebles, para un nuevo coche… tonterías. Todos aquellos dólares no habían frenado la maldita enfermedad, no habían paliado los fuertes dolores. Todos aquellos estirados médicos, con sus trajes caros y sus repeinadas cabezas le habían traicionado. Todos ellos. Se habían llevado su dinero y se la habían llevado a ella. Los maldijo en silencio una vez más, mientras Bill se daba cuenta del silencio, que lo envolvía todo. Ya no había melodía, pues nada escribía.

“Mira la Luna” la escuchaba susurrarle al oído, mientras observaban por las claraboyas. “Va llena de Sol y de pena, como una mujer”. Todavía se le erizaba el vello de la nuca al recordarla soñando despierta, arrebujados bajo las mantas en las frías mañanas de invierno. Con ella se fue la luz, la inspiración, las palabras adecuadas… la vida entera. Sin ella, la desidia, la mezquindad y el alcohol se apoderaron de su vida. “¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?” se preguntó una y mil veces sin obtener jamás la respuesta. No estaba en sus libros, no estaba en la medicina, no estaba en la tele. Nadie pudo darle la respuesta, nadie pudo darle una razón a la sinrazón. Una lágrima se derramó de los ojos de Bill y corrió por entre la descuidada barba de su arrugado rostro. Sus ojos, agujeros de los sueños, fosas de sus ilusiones, testigos de todos sus días de soledad… “No cierres esta noche los ojos, que quiero conocer el mar”, le dijo ella la primera vez que los vio, verdes y centelleantes, rebosantes de la vida que se escapó con ella.

Y así encontró el joven Bill a su abuelo. Sus ojos fijos en la claraboya, su barba aún húmeda por el llanto, sus manos quietas sobre la polvorienta máquina. “Abuelo, ¿estás bien?” dijo el niño en su infinita inocencia…

3 comentarios:

Wendy dijo...

Tremendo!
Sr. Delosretos,ya le echaba de menos. Bienvenido de nuevo!:)
Un saludo.

Delosretos dijo...

Gracias Wendy!!

Es una historia mala o muy mala, pero muchas gracias por leerla!!! (si es que la has leído xD)

Un saludo!!

Alejandra dijo...

quiero seguir leyendo historias como ésta.

Esos pequeños relatos...