
Con tres meses de retraso, algo aceptable para alguien que desearía no sólo tener un robot que te barre el piso, que lo tengo, sino uno que doblara y tendiera la ropa y muchas más cosas (“¿le apetece una partida de ajedrez, profesor?”), llega la por nadie esperada crónica del “VIII Concurso de tapas” de Piedralaves. No entraré en muchos detalles porque ya no recuerdo todas las tapas, así que divagaré.
Piedralaves es un pueblo de la provincia de Ávila que cuenta con 2.194 habitantes según la Wikipedia. Al concurso de tapas se apuntaron diecinueve bares. Y hay en el pueblo muchos otros bares que no se apuntaron. A la Feria debe venir mucha gente de fuera, como hicimos nosotros, pero el ratio de bares por habitante de ese pueblo es de Champions.
Mmmm, ¿cómo describir ese fin de semana largo en pocas palabras?: “Orgía de comida y bebida”, sería una seria posibilidad. “Rocadeggon” sería otra, porque cuatro tíos ingiriendo tapas y cerveza como si les fuera la vida en ello durante tres días, producen más residuos que todo el Sudán del Sur va a producir en una década. Y es el Sr. Roca (el de Marbella no) el principal perjudicado del ataque del Espíritu de la Navidad.
Todo comenzó un jueves, en los alrededores de la infecta Calle Plom de Barcelona. A la hora de plegar del curro, nos juntamos los cuatro jinetes del tapocalipsis e iniciamos nuestra loca carrera en pos de un fin de semana de excesos y lamentos para nuestros sufridos órganos vitales. Es lo que tiene creerse joven. La mala fortuna, la crisis y Bin Laden (que aún vivía) hicieron que toda la puta autovía (autopista? Carretera?) de Barcelona a Madrid estuviera en obras. Como íbamos aún frescos poco importó comerse kilómetros y kilómetros de un solo carril para cada sentido, el finde estaba en pañales y nosotros aún teníamos hambre y sed.
Paramos en Moudrid, ya de noche, para cenar en casa del Jordi y recoger las llaves de su casa del pueblo. Allí demostramos por vez primera nuestro poderío y buenas maneras sentados a la mesa, y su madre no tuvo ni que fregar aquella noche. Tras seis horas o más metidos en el coche, nos comimos hasta la vajilla. Dimos las gracias educadamente y proseguimos nuestra ruta hasta el cada vez más cercano pueblo, al que llegamos ya casi de noche, con tiempo de tomarse unos cuantos kilos de cerveza, unas partidas de cartas y una distribución de habitaciones para caer inconscientes cada noche o dormir.
Hasta allí fue un viaje de placer. Pero se convirtió en algo más. Amanecimos el viernes en Piedralaves. Era la víspera del primer día del concurso de tapas y el pueblo estaba sumido en una pequeña calma tensa esperando a los miles de turistas gastronómicos que tenían que comenzar a llegar cuanto antes. Pero lo que no esperaban era a nosotros. Nuestro bagaje oficial de ese viernes fue de unas 17 caña/tapa (si, allí ponen tapa con la caña siempre, pero no ponían las mega tapas todavía) lo que nos convierte en terroristas gastronómicos. Para acabar, asaltamos el badulaque del pueblo y nos hicimos con unas litronas castizas para retirarnos a casa a jugar unas partidas al ping pong.
El sábado comenzó el concurso y nosotros diseñamos la estrategia perfecta desde el punto de vista de la gula extrema. Visitamos los bares más míticos que conocía el Jordi y degustamos, todos nosotros menos uno (eh Peter), las elaboradas tapas que se curran. Las hay espectaculares, raras, de luces y colores, apetitosas y están casi todas muy buenas (las tapas) la verdad. Todas ellas acompañadas de cerveza, claro está. Consigues estar ciego muy temprano por la mañana y ya no te bajas del carro en todo el día, pero aguantas porque vas comiendo a saco. Como uno de nosotros no probaba ninguna tapa, a la hora de comer, íbamos al restaurante, claro está. En la Bodeguilla caían infinitas tapas de huevos rotos, chorizo a la sidra, chorizo en general, croquetas y más cerveza. Exquisito, toda la mañana tapeando para ir a comer al mediodía. Al llegar a casa jugábamos a ping pong para no perder la facultad de andar. Nuestra marca, creo recordar, fue de 11 o 12 tapas de concurso catadas. Aquella noche se produjo un sucedáneo de partida de póker para valientes donde perdía no el que se quedaba sin pasta, si no el que se quedaba sin conocimiento de pura destrucción.
El domingo más tapeo y cañas por la mañana, lo que te aseguraba la velocidad de ciego de crucero muy pronto. Seguimos catando tapas de concurso hasta llegar a las 17 de 19 en el total de los dos días. Había un par de bares apuntados demasiado lejos como para llegar arrastrándose, y a estas alturas ya no estábamos para demasiados esfuerzos. Como mucho llegábamos a la Bodeguilla y así el Peter comía algo y nosotros más. De la cerveza ya no hablo porque creo que nadie probó el agua en cuatro días. Si nos hubieran preguntado la tapa ganadora a nosotros, probablemente habríamos escogido algunas de las de la Bodeguilla, que no entraban en concurso pero que estaban que lo flipas. Al final la tapa que ganó la habíamos probado y, pese a no entrar en nuestras quinielas, estaba buena.
El lunes nos volvimos para Barcelona haciendo parada en Madrid y volviendo a comernos la autopista en obras, era una alegoría de nuestro finde, estoy seguro. Ni un boxeador es capaz de ganar tanto peso como nosotros en solo tres días. Ya no estábamos para muchas fiestas, pero llegamos vivos a casa. Quisimos comprar unas aceitunas serias que venden en el pueblo, pero no las encontramos, así que volveremos el año que viene a por ellas. xD

4 comentarios:
TERRORISTAS!!
Increible fin de semana gastroalcoholico!!!Cada vez que voy a Piedralabes el señor Roca llora...
Todo sea dicho...espero poder repetir el año que viene la experiencia!!yo voy a ir y por supuesto esta todo el mundo invitado.
Abtenerse gente con estomago y olfato delicado
Yo tengo el estómago delicado, pero solo uno de los siete que tengo, rollo vaca... así que me apuntaré, que las tapas, por lo menos, no se me quedan a vivir en casa de gorra unos meses!!!
Me voy a pastar (fang)!!!
Publicar un comentario